CARL, LAYLA Y SU MALETA PARLANCHIN.
Hoja tras hoja, unas
manos húmedas fastidiosamente se adhieren al papel, los dedos que sumergidos en
liquido viscoso pasan fácilmente las páginas de una revista compuesta más
por imágenes que por contenido literario
del que atrae a los grandes personajes intelectuales y aburre a las damas estéticamente bellas; sin
embargo esos dedos no conciernen al calificativo de intelectual ni mucho menos de
dama agraciada. En el escás de estructura narrativa y de belleza despampánate, una
mezcla entre lo rudimentario y esplendido que descansa en una tarde corriente
serviría para definir el espíritu que se encuentra allí somnoliento.
Al ojear este resumen
decorativo de más de 100 páginas que no logra adormecerla, un cuerpo cansado después
de una mañana de bruja limpiona: barrer, trapear, sacudir, lavar los platos de
la noche anterior y los de la mañana que corresponden a los desperdicios de
huevo con salchichas; conserva la palabra de expectativa grabada en sus ojos,
esforzándose a pasar las páginas de la
revista, culpabilidad del sueño.
Un corto espacio separa el
movimiento delicado de su muñeca y el traslado del número de la página, número
que se encuentra en la parte superior un poco a la derecha cerca de la
cabellera rubia de la chica que lleva puesto un bikini de tanga angosta y de
sostén muy ajustado de color azul, tal vez un poco arrugado debido a la postura
del esbelto cuerpo de la modelo que esta rendido en una silla de color naranja.
Es entonces que no le fue difícil adivinar que las 97 páginas siguientes
incluían unas cuantas palabras en línea y extensas imágenes de playa, sol y
arena; Chicas de diferentes tonos de piel pero con la misma pose ¾ que
tanto la divierten. En ese momento pasó a la 4 página: La acerca a sus ojos,
busca en el vestido algún imperfecto aparte del color amarillo encendido que
exhibe la modelo… Parece que la fotografía es perfecta. Baja su mirada en la descripción del bikini y
la fija justo en el cuadro de color rojo y talla M, se imagina dentro de esa
tanga angosta y sostén ajustado de color rojo que resalta su tono de piel tipo
fantasma, el que nunca ha querido broncear. Sonríe y se nota en su rostro un
leve despiste, baja aún más la mirada y con la mano abre su correa, desabrocha
su pantalón buscando descubrir un pensamiento en su entrepierna. Afirma con una
mirada picara: -“Primero tengo que
encargar una crema y una espátula para depilar”-, vuelve a sonreír, pero
esta vez su mirada se pierde en la
visión de contemplar su cuerpo dentro del vestido sin depilar -“Carl se
vomitaría si me llegara a ver así en la playa, es mejor no darle motivos”- y sonríe
por última vez.
Tirrr tirrrr trirrrr
triiiiiii suena el teléfono 4 veces, es ese tono de “te necesito urgente” Layla
se exalta cierra la revista como si quien estuviera detrás de la línea no
pudiera saber lo que se encontraba haciendo, corre el asiento en que ha
descansado y sale a contestar con el mantel en la hebilla de su correa. Al
parecer es Carl, dije yo, pero no era así, no tenía esa sonrisa estúpida de fin
de semana, debería estar emocionada y con las pupilas dilatadas. Layla es de
las chicas que espera los sábados con ansias la llamada de su cuasi esposó para
que la invite al parque de diversiones; tomar café y cerveza, he aquí los únicos planes que conoce en su compañía,
pero no tiene ningún problema porque no espera nada más de él, reconoce que es
un hombre simple y sin ilusiones. Mmm pero esa vez algo sucedía, su rostro estaba
bocabajo como buscando monedas en el piso y su voz se oía sollozar; sin embargo
seguí pensando que debería ser Carl, ella nunca movería su zapato en círculos
por un chico que no tenga sus rizos y sus lentes de color transparente, no se
atrevería a rallar sus zapatos de charol por nadie más.
Se escuchó un
estruendo, Colgó cruelmente sin escucharse un adiós, tomo con sus dos manos su
cabeza y halo sus cabellos ondulados, se desplomo en el piso y el nivel de la angustia subió con la humedad
que provocaron sus lágrimas e inundo la sala comedor. Con las pocas fuerzas que
le quedaron en su interior, se levantó entre esa humedad y rompió el teléfono
con la ira que no se ahogó.
Ese día lo pude ver todo tan claro: las
arrugas que se forman en torno a la ira que sentía, sus cejas despiertas formando un arco y su boca preparada para gritar, no me nombró pero me
buscó – “donde la he dejado”- lo veo
como lo pronuncian sus ojos, como evoca el recuerdo de la última vez que me vio
en sus manos. Me quiere a mí, lo sé cada
vez que rompe el teléfono, quiere que consuma su ira envuelta entre las blusas, pantalones y vestidos que
ha comprado con su dinero. Empaca tangas, sostenes y el único bikini que le
queda. Me toma a mí porque le sustraigo
el miedo de partir con la incógnita de no encontrar un tiquete de regreso, me
llena completamente con sus lágrimas de dolor confundido, me estropea contra su
cama, contra las fotografías de sonrisas blancas y me arrastra a su lado con
dirección a la puerta de salida, ese día empaco, destruyo todo muy rápido.
Los vecinos escuchaban
por todo el diván la fuerza con que zapateaba, salieron y le gritaron que
cerrara la maldita puerta, ella caminaba
rápido, no miraba hacia atrás. Mis radachines no alcanzaban a tocar el suelo, quería
ayudarle pero me tenía de la oreja
apretada con su mano enardecida.
“Recuerdo que Layla
era una chica tierna, me lo demostró el día en que se mudó con Carl, esa tarde
me entrego sus objetos de valor con la dulzura de una dama antigua, con tal
cuidado que roso su dedos sobre mis hendiduras;
“yo era la indicada para cuidárselos”, ya en casa desempaco unas y me
dejo otras, como para que no me sintiera vacía, las guarde así como ella me
guardo en lo alto de su nuevo portaequipaje, en ese chico alto de grandes
ojos de cuatro patas y de madera
brillante, era gigante y debía aceptar que tenía más espacio; pero nunca la
odie me hizo feliz al darme cuenta que cada 3 o 4 meses volvía a necesitarme.
Mala suerte la mía porque no pudo ser igual, desde su primer teléfono roto
empezaron los malos tratos y cogidas de oreja con la mano disgustada.
Llegamos a la calle
que no tiene una dirección, algunas
chicas con radachines en el suelo se trasladan a la derecha otras hacia la
izquierda, entre nosotras mismas chocamos, a mí me gustaba el contacto con las
penurias de las que arrastran por la acera y los lamentos de los chicos de
cierre sin candado. Pero en esas circunstancias era mejor reprimir la emoción, pensaba que tenía que
ser compasiva con layla, mi alegría no será bien recibida, además, no creía que
esa vez regresaríamos, pues había transcurrido poco tiempo al cruzar la puerta de salida y aun no se había devuelto
por el portarretrato que estaba en la mesita de noche. Pero mayor sorpresa para mí que para layla, él llego
con un maletín gris relleno muy
desagradable por cierto, su color original pareciera ser azul y por su
desgastada tela seguramente lo tenía consigo hace mucho, lo traía colgado de su
brazo derecho creería que solo por comodidad; teniendo cuidado con el peso de
su carga, detiene con su mano el acercamiento del maletín a los senos de
layla, la besa con los ojos abiertos y
ella suspira.
No comprendía lo sucedido, por mis
circunstancias no quiere decir que se me
haga más difícil entender estas relaciones de pareja, es solo que cada vez que salía por esa puerta, parábamos
en casa de mami y sin compañía del autor principal de la disputa. Pero ella seguía
sonriente y con una lágrima a punto de estallarse en mi tejido. Carl me agarro
por la oreja que ella sujetaba, pero con más fuerza y no me soltó sino hasta
cuando llegamos al aeropuerto, nos dirigimos a la sala de espera, Carl y layla
se sentaron sosteniendo en la mano 2 tiquetes. Yo suponía que solo uno se
marcharía que habría una escena dramática de despedida, que layla se lanzaría a
los brazos de Carl y luego le arrojaría golpes y arañazos, pero esa maleta y el
tiquete de Carl era la exclamación de
que algo raro estaba sucediendo.
Layla sollozando le
pregunta porque ha decido adelantar el vuelo, atenta yo escuchaba su respuesta
y esto dijo:
-“Que pasa mujer ayer
estabas entusiasmada con la idea de ir a la playa, estas vacaciones las habíamos
esperado no hace mucho, pero si las habíamos planeado largo tiempo y se
adelantan 2 días y no es de tu agrado, tranquila que serán los mismos 7 días,
ni uno más ni uno menos”-.
Layla con un color en
su rostro que jamás había visto, como una gama del rojo o rasado, se muerde los
labios y un poco nerviosa en tono de confesión le dice a Carl:
– “Cuando llamaste
estaba pensando en encargarle a la
vecina de las revistas de cosméticos y ropa del 304, un vestido de baño rojo,
este que llevo ya se parece a tu maleta con excepción de los rotos en la tela,
pero no es este mi problema, después de imaginar tener el vestido puesto recordé
que (En un tono de vos más bajo), no he comprado en días una espátula ni crema
depilatoria, ya te imaginaras como se encontrará mi amiguita”.
Su rostro de nuevo se
tornó de colores pero con un rojo encendido y sus venas aparecían en relieve,
podría hasta mencionar que volaría en mil pedazos sobre la presencia de Carl; Pero este con una carcajada un poco
discreta, discreta porque rápidamente saca su mano y tapa su boca para evitar
un ruido escandaloso que podría provocar en layla una explosión masiva de
resentimiento e ira, le dice:
-“No deberías descuidar tanto a tu amiguita,
recuerda que ella es quien me enciende solo si esta sin el caparazón que la
protege o dime ¿cómo podríamos derretirla mientras queremos saciar la sed que
deja el contacto del calor corporal? No te preocupes esta te la paso pero
cuando lleguemos al hotel tendrás que correr e ir a atenderla con las
herramientas de las bellas damas o iré a la playa acompañado por mi maleta
desgastada.
Layla continuaba
apenada y bajó su cabeza.
Complicado, las
reacciones de layla siempre me han sorprendido, a pesar que conozca sus gestos,
sus movimientos que reproducen las emociones que la afectan, jamás sabré
predecir con exactitud qué es lo que verdaderamente la atormenta. Una dama
discutible con detalles diminutos imposibles de comprender. Yo no seré solo la
maleta donde guarda su ropa de playa, sus herramientas de bellezas, sus
insignias de mujer segura, también soy
la maleta que guarda sus angustias y temores, le protejo el ego y le conservo
la dignidad cuando la envuelve en papel periódico. En fin vamos de vacaciones
aunque yo seguiré guardada en un nuevo y gran portaequipaje.