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viernes, 3 de febrero de 2012

Relatos Cortos


CARL, LAYLA Y SU MALETA PARLANCHIN.


Hoja tras hoja, unas manos húmedas fastidiosamente se adhieren al papel, los dedos que sumergidos en liquido viscoso pasan fácilmente las páginas de una revista compuesta más por  imágenes que por contenido literario del que atrae a los grandes personajes intelectuales y  aburre a las damas estéticamente bellas; sin embargo esos dedos no conciernen al calificativo de intelectual ni mucho menos de dama agraciada. En el escás de estructura narrativa y de belleza despampánate, una mezcla entre lo rudimentario y  esplendido que descansa en una tarde corriente serviría para definir el espíritu que se encuentra allí somnoliento.

Al ojear este resumen decorativo de más de 100 páginas que no logra adormecerla, un cuerpo cansado después de una mañana de bruja limpiona: barrer, trapear, sacudir, lavar los platos de la noche anterior y los de la mañana que corresponden a los desperdicios de huevo con salchichas; conserva la palabra de expectativa grabada en sus ojos, esforzándose a  pasar las páginas de la revista, culpabilidad del sueño.

Un corto espacio separa el movimiento delicado de su muñeca y el traslado del número de la página, número que se encuentra en la parte superior un poco a la derecha cerca de la cabellera rubia de la chica que lleva puesto un bikini de tanga angosta y de sostén muy ajustado de color azul, tal vez un poco arrugado debido a la postura del esbelto cuerpo de la modelo que esta rendido en una silla de color naranja. Es entonces que no le fue difícil adivinar que las 97 páginas siguientes incluían unas cuantas palabras en línea y extensas imágenes de playa, sol y arena; Chicas de  diferentes  tonos de piel pero con la misma pose ¾ que tanto la divierten. En ese momento pasó a la 4 página: La acerca a sus ojos, busca en el vestido algún imperfecto aparte del color amarillo encendido que exhibe la modelo… Parece que la fotografía es perfecta.  Baja su mirada en la descripción del bikini y la fija justo en el cuadro de color rojo y talla M, se imagina dentro de esa tanga angosta y sostén ajustado de color rojo que resalta su tono de piel tipo fantasma, el que nunca ha querido broncear. Sonríe y se nota en su rostro un leve despiste, baja aún más la mirada y con la mano abre su correa, desabrocha su pantalón buscando descubrir un pensamiento en su entrepierna. Afirma con una mirada picara:      -“Primero tengo que encargar una crema y una espátula para depilar”-, vuelve a sonreír, pero esta  vez su mirada se pierde en la visión de contemplar su cuerpo dentro del vestido sin depilar -“Carl se vomitaría si me llegara a ver así en la playa, es mejor no darle motivos”- y sonríe por última vez.

Tirrr tirrrr trirrrr triiiiiii suena el teléfono 4 veces, es ese tono de “te necesito urgente” Layla se exalta cierra la revista como si quien estuviera detrás de la línea no pudiera saber lo que se encontraba haciendo, corre el asiento en que ha descansado y sale a contestar con el mantel en la hebilla de su correa. Al parecer es Carl, dije yo, pero no era así, no tenía esa sonrisa estúpida de fin de semana, debería estar emocionada y con las pupilas dilatadas. Layla es de las chicas que espera los sábados con ansias la llamada de su cuasi esposó para que la invite al parque de diversiones; tomar café y cerveza, he aquí  los únicos planes que conoce en su compañía, pero no tiene ningún problema porque no espera nada más de él, reconoce que es un hombre simple y sin ilusiones. Mmm pero esa vez algo sucedía, su rostro estaba bocabajo como buscando monedas en el piso y su voz se oía sollozar; sin embargo seguí pensando que debería ser Carl, ella nunca movería su zapato en círculos por un chico que no tenga sus rizos y sus lentes de color transparente, no se atrevería a rallar sus zapatos de charol por nadie más.

Se escuchó un estruendo, Colgó cruelmente sin escucharse un adiós, tomo con sus dos manos su cabeza y halo sus cabellos ondulados, se desplomo en el piso  y el nivel de la angustia subió con la humedad que provocaron sus lágrimas e inundo la sala comedor. Con las pocas fuerzas que le quedaron en su interior, se levantó entre esa humedad y rompió el teléfono con la ira que no se ahogó.

Ese día lo pude ver todo tan claro: las arrugas que se forman en torno a la ira que sentía, sus cejas  despiertas formando un arco  y su boca  preparada para gritar, no me nombró pero me buscó – “donde la  he dejado”- lo veo como lo pronuncian sus ojos, como evoca el recuerdo de la última vez que me vio en sus manos.  Me quiere a mí, lo sé cada vez que rompe el teléfono, quiere que consuma su ira envuelta  entre las blusas, pantalones y vestidos que ha comprado con su dinero. Empaca tangas, sostenes y el único bikini que le queda.  Me toma a mí porque le sustraigo el miedo de partir con la incógnita de no encontrar un tiquete de regreso, me llena completamente con sus lágrimas de dolor confundido, me estropea contra su cama, contra las fotografías de sonrisas blancas y me arrastra a su lado con dirección a la puerta de salida, ese día empaco, destruyo todo muy rápido.

Los vecinos escuchaban por todo el diván la fuerza con que zapateaba, salieron y le gritaron que cerrara la maldita puerta, ella  caminaba rápido, no miraba hacia atrás. Mis radachines no alcanzaban a tocar el suelo, quería ayudarle pero me tenía de la oreja  apretada con su mano enardecida.

“Recuerdo que Layla era una chica tierna, me lo demostró el día en que se mudó con Carl, esa tarde me entrego sus objetos de valor con la dulzura de una dama antigua, con tal cuidado que roso su dedos sobre mis hendiduras;  “yo era la indicada para cuidárselos”, ya en casa desempaco unas y me dejo otras, como para que no me sintiera vacía, las guarde así como ella me guardo en lo alto de su nuevo portaequipaje, en ese chico alto de grandes ojos  de cuatro patas y de madera brillante, era gigante y debía aceptar que tenía más espacio; pero nunca la odie me hizo feliz al darme cuenta que cada 3 o 4 meses volvía a necesitarme. Mala suerte la mía porque no pudo ser igual, desde su primer teléfono roto empezaron los malos tratos y cogidas de oreja con la mano disgustada.

Llegamos a la calle que no tiene una  dirección, algunas chicas con radachines en el suelo se trasladan a la derecha otras hacia la izquierda, entre nosotras mismas chocamos, a mí me gustaba el contacto con las penurias de las que arrastran por la acera y los lamentos de los chicos de cierre sin candado. Pero en esas circunstancias era mejor  reprimir la emoción, pensaba que tenía que ser compasiva con layla, mi alegría no será bien recibida, además, no creía que esa vez regresaríamos, pues había transcurrido poco tiempo al  cruzar la  puerta de salida y aun no se había devuelto por el portarretrato que estaba en la mesita de noche. Pero  mayor sorpresa para mí que para layla, él llego con un maletín gris relleno  muy desagradable por cierto, su color original pareciera ser azul y por su desgastada tela seguramente lo tenía consigo hace mucho, lo traía colgado de su brazo derecho creería que solo por comodidad; teniendo cuidado con el peso de su carga, detiene con su mano el acercamiento del maletín a los senos de layla,  la besa con los ojos abiertos y ella suspira.

No comprendía lo sucedido, por mis circunstancias no  quiere decir que se me haga más difícil entender estas relaciones de pareja, es solo que  cada vez que salía por esa puerta, parábamos en casa de mami y sin compañía del autor principal de la disputa. Pero ella seguía sonriente y con una lágrima a punto de estallarse en mi tejido. Carl me agarro por la oreja que ella sujetaba, pero con más fuerza y no me soltó sino hasta cuando llegamos al aeropuerto, nos dirigimos a la sala de espera, Carl y layla se sentaron sosteniendo en la mano 2 tiquetes. Yo suponía que solo uno se marcharía que habría una escena dramática de despedida, que layla se lanzaría a los brazos de Carl y luego le arrojaría golpes y arañazos, pero esa maleta y el tiquete de Carl era la exclamación  de que algo raro estaba sucediendo.
Layla sollozando le pregunta porque ha decido adelantar el vuelo, atenta yo escuchaba su respuesta y esto dijo:
-“Que pasa mujer ayer estabas entusiasmada con la idea de ir a la playa, estas vacaciones las habíamos esperado no hace mucho, pero si las habíamos planeado largo tiempo y se adelantan 2 días y no es de tu agrado, tranquila que serán los mismos 7 días, ni uno más ni uno menos”-.

Layla con un color en su rostro que jamás había visto, como una gama del rojo o rasado, se muerde los labios y un poco nerviosa en tono de confesión le dice a Carl:
– “Cuando llamaste estaba  pensando en encargarle a la vecina de las revistas de cosméticos y ropa del 304, un vestido de baño rojo, este que llevo ya se parece a tu maleta con excepción de los rotos en la tela, pero no es este mi problema, después de imaginar tener el vestido puesto recordé que (En un tono de vos más bajo), no he comprado en días una espátula ni crema depilatoria, ya te imaginaras como se encontrará mi amiguita”.
Su rostro de nuevo se tornó de colores pero con un rojo encendido y sus venas aparecían en relieve, podría hasta mencionar que volaría en mil pedazos sobre la presencia de  Carl; Pero este con una carcajada un poco discreta, discreta porque rápidamente saca su mano y tapa su boca para evitar un ruido escandaloso que podría provocar en layla una explosión masiva de resentimiento e ira, le dice:
-“No  deberías descuidar tanto a tu amiguita, recuerda que ella es quien me enciende solo si esta sin el caparazón que la protege o dime ¿cómo podríamos derretirla mientras queremos saciar la sed que deja el contacto del calor corporal? No te preocupes esta te la paso pero cuando lleguemos al hotel tendrás que correr e ir a atenderla con las herramientas de las bellas damas o iré a la playa acompañado por mi maleta desgastada.
Layla continuaba apenada y bajó su cabeza.

Complicado, las reacciones de layla siempre me han sorprendido, a pesar que conozca sus gestos, sus movimientos que reproducen las emociones que la afectan, jamás sabré predecir con exactitud qué es lo que verdaderamente la atormenta. Una dama discutible con detalles diminutos imposibles de comprender. Yo no seré solo la maleta donde guarda su ropa de playa, sus herramientas de bellezas, sus insignias de mujer segura,  también soy la maleta que guarda sus angustias y temores, le protejo el ego y le conservo la dignidad cuando la envuelve en papel periódico. En fin vamos de vacaciones aunque yo seguiré guardada en un nuevo y gran portaequipaje.