El tinto que no sirven en casa.
Abelardo
Giraldo, Gerardo Gómez y Mario Castaño se reúnen todos los sábados a las 10:00
am en la Cafetería “La Selecta” para conversar sobre la finca que Mario quiere, la que Abelardo vendió y la que Gerardo nunca
tendrá. Cada uno con un sueño diferente se
distrae al compás de un Tango y buen tinto con Aguardiente. Cuando están
entonados, salen a relucir los discursos, los abrazos y las preocupaciones
cotidianas. Analizan la situación del
Agro y confían con que uno de ellos pueda llegar algún día a comprender el
significado del sello con que han
marcado su región: Paisaje Cultural Cafetero.
En
el municipio de Circasia, un pueblo de hombres rebeldes y mujeres enamoradas de
la libertad, vive hace más de cincuenta años Abelardo Cardona, un hombre que
desde pequeño fue predestinado a trabajar la tierra. La suerte de su padre lo
llevo a cargar un coco en la cintura y a soñar con tener su propio tajo de café.
Aunque Abelardo no se ganó su finca en una apuesta de Billar Pull como su
papá, tuvo la suerte de casarse con Edilma
López, una mujer verraca que sufrió y luchó junto a él para sacar adelante la
tierra que su padre le heredo. Lo
curioso es que Abelardo ya no tiene la finca donde creció y vio nacer a sus
hijas. La causa de sus preocupaciones y el último recuerdo de su padre se
esfumaron. A pesar de que hizo todo lo posible por salvar su terreno, la
producción de café fue insuficiente para pagar los abonos, los trabajadores y
el sostenimiento diario.
Es
sábado 10:00 am y Abelardo se reúne con
sus amigos Gerardo y Mario en la Cafetería de siempre. Piden tres tintos con
Aguardiente y una canción del Caballero Gaucho. Abelardo
se quita el sombrero y comienza a
desflorar su verbo antipatriótico, explica a sus compañeros la más reciente
paradoja colombiana.
Aunque
Abelardo no vio hace más de un año la noticia que anuncio el nombramiento de su
región como Paisaje Cultural Cafetero, si recuerda muy bien que la noticia llenó
de alegría a sus vecinos, seguramente
porque les devolvió las ilusiones de conservar y mejorar sus tierras. No
obstante, Abelardo, Gerardo y Mario coinciden en afirmar que no se han
beneficiado con las cuantiosas ayudas que prometieron para la conservación del
paisaje, por lo tanto, no han podido asignarle otro tipo de significado
diferente al orgullo que sienten por su región, ese que ya tenían mucho antes
de aparecer el nombramiento de la Unesco.
Entre
quejas, tangos y licor encubierto en una taza de café, Abelardo menciona que el
nombramiento de P.C.C solo es una fachada del imperialismo criollo para
aumentar el turismo y engrosar sus intereses económicos. Es cierto que dicho nombramiento ha aumentado el turismo en
el Quindío y que sus parques temáticos son apetecidos por los extranjeros, pero
también es cierto que el capitalismo y el desempleo en la región llevan a
consolidar la destrucción del medio ambiente y la creación de los carteles de
prostitución. Además, se nota como los demás elementos que hacen parte del
P.C.C, entre ellos las personas, son ignorados para darle mayor relevancia al
turismo.
Cada
vez que Abelardo trae al presente
el recuerdo de las buenas épocas, la
melancolía se desflora en sus palabras, su mirada se pierde entre los cafetales
que un día fueron suyos y que hoy no
pudo seguir cultivando. De repente me dan ganas de contarle la más reciente
jugada de la Federación Nacional de Cafeteros. En tono de chascarrillo le comento que hace
poco invirtieron 40.mil millones de pesos para la construcción de un museo,
centro de interpretación del café y
P.C.C en Bogotá para que el país y el mundo entero se sientan orgullosos
del campesino.
Paradójicamente
el museo no será en Armenia, ni en Manizales, ni en Pereira, ni mucho menos en
Sevilla, el museo de café será construido en la chimenea de la capital con el
fin de atraer inversionistas para incrementar el turismo, mientras que el
campesino vende sus fincas y se hunde aún mas en el fango de la pobreza. No le
conté está noticia para lastimar aún más su herida, sino para darle la razón que
este gobierno solo ve al campesino como la locomotora que jalona la economía
colombiana.
“Entonces,
¿Usted no esta orgulloso de su pueblo?”, Grita Gerardo mientras le da un golpe
a la mesa. Abelardo responde con un silencio meditabundo, sonríe y se toma su
cuarto tinto con aguardiente, ese que no le sirven en casa.
Muchos
de los campesinos y lectores creerán lo mismo y dirán que es un orgullo ser
nombrado patrimonio de la humanidad pero, sin duda alguna, hace falta combatir
la enfermedad de los bobitos y exigir los puntos que se nombraron durante el
proceso avaluado por la Unesco: “Se fortalecerá el compromiso institucional y
comunitario con la protección del medio ambiente y se tendrá acceso a mayor
asistencia internacional, mediante la cooperación e inversión en diferentes
aspectos sociales y ambientales”. (Tomado de la Crónica).
La
mirada curiosa cambia de sujeto, ahora el show se lo roba el personaje de
camisa a cuadros, de botas pantaneras y de
bozo al estilo Juan Valdez. Él se balancea en su silla, quiere hablar pero las
carcajadas de sus amigos le impiden pronunciar su discurso. Por un momento las
risas cesas y un silencio los invade. “Señores, ¿pasó la virgen, o qué?” dice
Gerardo. Él apoya sus codos en la mesa y lanza un quejido moribundo: “Yo no se
porque este Sábado el tinto me ha cogido tan rápido”. Se disculpa mencionando
que a su edad es completamente normal. Por el contrario, lo que no le parece
normal es que en sus 65 años no haya podido
comprar una finca, su oficio de recolector no le alcanzó para ahorrar y
cultivar su propia tierra. Gerardo a
modo de chanza le lanza una palmada a Abelardo (Él ni la siente). Pero Gerardo
no quiere bromear, se le nota que está dolido con la vida injusta y solo pretende
desquitarse con su amigo, quien vendió la finca a un precio irracional y él no tenía
ni un peso para comprarla.
“A mi solo me gusta recolectar café y yo
escojo la finca donde quiero trabajar” dice Gerardo ya con la lengua un poco
enredada. Pero él sabe que habrá días donde no pueda escoger la finca y le
toque trabajar un día a cambio de un graneo miserable que le alcance para pagar
la renta y comprar un mercado como los que llevan a las iglesias, término que
le recuerda agradecer a los cielos por no haber tenido hijos y evitarles el
sufrimiento de la irracionalidad de este mundo.
- “Vea niña, la situación no
está como para reproducirnos como curíes”.
Dicen
los grandes sabios que la nueva era tecnológica y el boom de las comunicaciones
acortan distancias y mejoran la calidad de vida de las personas, pero desde que
Gerardo compró su celular, pocos trabajos a conseguido, a veces olvida cuál es
su rington y termina regañando a su esposa
porque tiene 4 llamadas perdidas y él no las escucha: -“Mija es que usted me ha
estado moviendo el celular”-.
Sabe que no es culpa de su celular ni de su mujer,
que en el Quindío no necesiten recolectores, menciona que tampoco es culpa de
la F.N.C, y al contrario que Abelardo, cree que es una institución de la que
tenemos que estar orgullos, así como del nombramiento del P.C.C, pues
dramáticamente anuncia que las nuevas generaciones al menos conocerán el café
como un grano de plástico exhibido en un museo.
A Gerardo
le queda mucho tiempo libre en su oficio de recolector, cómo la cosecha de café
se presenta solo dos veces al año, se ha dedicado a leer sobre la economía del café, y vaya sorpresa
tanto para mi como para sus amigos, porque sin palabras triviales nos explica la
razón del porque el café esta tan barato:
- “La economía del café es como un
rompecabezas: En el mundo existen 30 países tropicales que cultivan café y 20
millones de caficultores que lo producen
sin importar el clima o la calidad de tierra. Los dueños del café en el mundo
entero son Estados Unidos, Alemania, Italia e Israel. Entonces las ganancias
del Café producido por esos 20 millones de caficultores, la mitad se la tragan
esas siete firmas, y la otra mitad queda para repartirla entre esos 30 países
tropicales. Dígame niña, ¿Quien se anima a seguir cultivando café?”-.
Dentro
del discurso apocalíptico de Gerardo, Mario Castaño rompe su largo silencio
para afirmar que aquí lo importante no es el café o el turismo, ni mucho menos
el P.C.C, aquí lo que prima es el valor humano, y lo dice no por la amabilidad
de la gente, ni por sus costumbres que crean estereotipos de la cultura
quindiana, lo dice porque el ser humano tiene la facilidad de adaptarse
fácilmente a su entorno, incursionando en cualquier tipo de cultivo como lo
hizo él.
En
su juventud Mario fue caficultor, le ayudaba a su padre a coger café, lo pelaba y
lo secaba en la elda. Una rutina que
cumplía en cada cosecha y que esperaba con ansias, ya que de allí sacaba el
dinero para comprar sus pantalones Bota- campana que tanto le gustaban. Su
padre salía hacia al pueblo en su yegua, donde vendía dos cargas de café, con
el dinero que obtenía le alcanzaba para comprar la remesa de seis meses y pagar
las deudas que adquiría en los tiempos de peladez.
Su
Padre, al igual que él, disfrutaba de
esa rutina, sin embargo, su salud se fue deteriorando, las labores del campo se
convirtieron en una carga para su espalda, la vejez se fue apoderando de su
vista y sus piernas comenzaron a necesitar de la ayuda de un bastón. De repente
su padre se sintió inservible, la agonía de no poder levantarse a las 5:00 am y
ponerse las botas para salir a trabajar lo devastó, era como si la finca
estuviera cobrando una vida por todo el bienestar que les dio.
Cuando
finalizó el duelo familiar, las 4 parcelas se vendieron y el dinero se esfumó
como por acto de magia, a Mario le tocó emigrar del campo para vivir en la
capital. Ahora que regresó a su pueblo se dedica a recorrer las calles de
Circasia en compañía de Peluda y Gitana, sus dos cabras con ubres de mujer.
Aprendió a ordeñarlas y a pregonar por el pueblo la calidad de su producto,
pues manifiesta que su leche se asemeja a la materna.
A
Mario le vibra el emprendimiento en las venas, su deseo de no volver a
abandonar el campo lo llevó a crear la fundación “FUNGRAAS” Fundación Granjas
Asociativas Solidarias con la que pretende exigir a la Umata un terreno donde
pueda tener sus cabras y cultivar su huerta para el beneficio de personas como
Gerardo y Abelardo que no tienen finca.
Ahora
para Mario lo importante no es la crisis cafetera, sino la forma de hacer
realidad su sueño. De alguna manera, estar ubicado en una región que es
patrimonio de la humanidad, le ilumina las esperanzas de salir adelante con su
nuevo oficio, el que le dará dinero para invitar la próxima vez a sus amigos a
una ronda, no de tinto, sino de leche con Aguardiente.