Carta de una mujer con exceso pasional
crónico y un incorrecto deseo anticipado.
De repente me ha dado por escribirle una carta injustificada. Diría que es como un regalo del día del
padre, pero su contenido no sustenta las palabras que se le dice a un padre.
Podría ser el regalo que se obsequia en los días que no se celebra nada, pero
me negaría la dicha de celebrar los días en que cargo su nombre en la
mente. Entonces, me atrevo a decirle que
es la forma más caprichosa que tiene una mujer pubertica para encerrar las
palabras que abarcan un estado
delirante, un exceso pasional crónico que se hospeda en un cuerpo de niña, un incorrecto deseo anticipado que
ha ido creciendo desmesuradamente tras el roce de mis labios fértiles con sus labios pulcros.
Yo quisiera que alimentara mi capricho de tenerle en los momentos
inesperados y rasgara esta pesadez que me sucumbe. No le pido un cuerpo
constante, ni con futuro, me salvaría si me entregara su cuerpo casi obsceno
casi prohibido. Y en el cruce de mis deseos con lo que usted podría estar
pensando, le aclaro que mi cuerpo es un espejismo maléfico dispuesto a
evidenciar las ganas que me deja y la satisfacción que me inyecta; la
curiosidad que me antoja y esa indiferencia que ínsita a robarle un beso en público.
Procuraría por crearle una vida paralela sin tener que aprisionar y
borrar la seguridad de su biografía. No estaría dispuesta a entrometerme en
su vida real, pues mi deliro, especialmente nocturno, es llevarle a otra
fracción de la realidad fuera de términos cotidianos, de horas rutinarias, de
palabras forzadas y momentos agonizantes que reproducen recuerdos estériles.
Se viene, como orgasmo, un arrebato de hacerle compañía en los espacios más inverosímiles. Me arrastra ante usted, el
deseo de amanecer sumergida en el misterio que me comparten sus labios. Estoy
ansiosa por llevarlo al laberinto de las pasiones prohibidas y plasmarle una aventura
de película en la memoria cruel que compartimos. Es así, que declaro mi antojo por usted, señor. Quizá no sea consciente de la magnitud de mis palabras y usted sé esté preguntando qué carajos estoy pensando y yo no tendré una respuesta razonable, y quizás usted se disguste o se sonroje; preferiría que se sonrojara, porque
quiero ponerle color a esas mejillas de fruta madura.
Le advierto que no combino en mi almohada su esencia con las
consecuencias de lo que podría llegar a ocurrir. No está en mis manos detener
una pasión que se disfraza de prejuicio. Sin embargo me declaro una egoísta
empedernida, no quiero que nuestros suspiros se arrojen al viento de la esfera
pública, me gustaría que esta aventura dejara intactos los criterios que la
definen: secreto, prohibición, incierto, deseo, expedición, y sobre todo el
arrebato que nos obliga a unirnos.
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