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domingo, 16 de diciembre de 2012


Carta de una mujer con exceso pasional crónico y un incorrecto deseo anticipado.

De repente me ha dado por escribirle una carta injustificada.  Diría que es como un regalo del día del padre, pero su contenido no sustenta las palabras que se le dice a un padre. Podría ser el regalo que se obsequia en los días que no se celebra nada, pero me negaría la dicha de celebrar los días en que cargo su nombre en la mente.  Entonces, me atrevo a decirle que es la forma más caprichosa que tiene una mujer pubertica  para encerrar las palabras  que abarcan un estado delirante, un exceso pasional crónico que se hospeda en un cuerpo de niña, un incorrecto deseo anticipado que ha ido creciendo desmesuradamente tras el roce de mis labios  fértiles con sus labios pulcros.

Yo quisiera que alimentara mi capricho de tenerle en los momentos inesperados y rasgara esta pesadez que me sucumbe. No le pido un cuerpo constante, ni con futuro, me salvaría si me entregara su cuerpo casi obsceno casi prohibido. Y en el cruce de mis deseos con lo que usted podría estar pensando, le aclaro que mi cuerpo es un espejismo maléfico dispuesto a evidenciar las ganas que me deja y la satisfacción que me inyecta; la curiosidad que me antoja y esa indiferencia que ínsita a robarle un beso en público. 

Procuraría por crearle una vida paralela sin tener que aprisionar y borrar la seguridad de su biografía. No estaría dispuesta a entrometerme en su vida real, pues mi deliro, especialmente nocturno, es llevarle a otra fracción de la realidad fuera de términos cotidianos, de horas rutinarias, de palabras forzadas y momentos agonizantes que reproducen recuerdos estériles.



Se viene, como orgasmo, un arrebato de hacerle compañía en los espacios más inverosímiles. Me arrastra ante usted, el deseo de amanecer sumergida en el misterio que me comparten sus labios. Estoy ansiosa por llevarlo al laberinto de las pasiones prohibidas y plasmarle una aventura de película en la memoria cruel que compartimos. Es así, que declaro mi antojo por usted, señor. Quizá no sea consciente de la magnitud de mis palabras y usted sé esté preguntando qué carajos estoy pensando y yo no tendré una respuesta razonable, y quizás usted se disguste o se sonroje; preferiría que se sonrojara, porque quiero ponerle color a esas mejillas de fruta madura.

Le advierto que no combino en mi almohada su esencia con las consecuencias de lo que podría llegar a ocurrir. No está en mis manos detener una pasión que se disfraza de prejuicio. Sin embargo me declaro una egoísta empedernida, no quiero que nuestros suspiros se arrojen al viento de la esfera pública, me gustaría que esta aventura dejara intactos los criterios que la definen: secreto, prohibición, incierto, deseo, expedición, y sobre todo el arrebato que nos obliga a unirnos.



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