El hijo prodigo.
Los primeros que vieron el cadáver en el rio Arauca
fueron tres niños que jugaban con barquitos de papel. Después todo el pueblo
estaba en la escena fúnebre. Nadie supo quién era. Se habían borrado las
facciones de su rostro. Entre la multitud una anciana aseguró conocer sus botas
azules talla cuarenta. Para los habitantes de Arauca no era extraño que doña
Carmen, entre sus achaques de veterana, reconociera ese cadáver como su hijo.
En realidad, hacía cuarenta años que no sabía de él, que decidió argumentar su
ausencia con su muerte. Todo cadáver que aparecía en el rio lo adoptada, sin
embargo este fue el único que logró darle nombre y enterrar en su patio. En ese mismo año tocó a su puerta un
forastero que afirmó ser su hijo. Doña Carmen analizó minuciosamente su rostro
y le respondió que estaba equivocado de madre. Le manifestó que tenía tres
hijos: dos casados y uno el patio. El militar se sintió indignado. Sin perder
la compostura, entró rápidamente al patio esperando encontrar al suplente, pero
se sorprendió al hallar una tumba con su nombre, unas flores y las botas que le
había rodabo un compañero del Ejercito. Al ver a su madre contemplar la tumba con resignación, comprendió que allí estaba su verdadero hijo.
El destino de Leidy.
Leidy se había ido de su casa hacía más de un año. Había
llegado a una ciudad que le dicen Milagro, al parecer, porque sobrevivió a una
catástrofe mundial. Alquiló un cuarto y una cama; una mesa y una máquina de
escribir, y con el tiempo una pequeña estufa eléctrica. Su cuarto quedaba cerca
de su Universidad, así que nunca apreció el aroma a café que tiene los
autobuses. Leidy siempre cargaba la soledad y el descontento que llevan los
forasteros, aunque había sido su decisión vivir en una ciudad para adelantar
sus estudios, no podía dejar de extrañar al hombre que había dejado en un
lejano pueblo. Como de costumbre lo llamaba en su horario de trabajo para
asegurarle un te quiero. A medida que pasaba el tiempo las actividades de su
carrera la absorbían por completo, impidiendo regalarle una llamada. Un día le
fue posible huir de sus ocupaciones y cómo quién escapa de un destino frívolo
tomó un bus para verle. Al llegar a casa
estaba su padre esperándola en su mecedora. Leidy lo abrazo y se sentó en sus
piernas. Al cabo de media hora se quedó dormida de la felicidad.
Hola leidy. Me agradan tus historias, tienen una candidez especial. Yo soy de los que piensa que algunos jóvenes escribimos para definir nuestra identidad y que cada historia que escribimos son como las piezas de un rompecabezas, juntas nos dicen quiénes somos. Esta bueno tu ejercicio de autorreconocimiento y descubrimiento. Abrazos...
ResponderEliminar