Archivo del blog

miércoles, 11 de julio de 2012

Minificción


El hijo prodigo.


Los primeros que vieron el cadáver en el rio Arauca fueron tres niños que jugaban con barquitos de papel. Después todo el pueblo estaba en la escena fúnebre. Nadie supo quién era. Se habían borrado las facciones de su rostro. Entre la multitud una anciana aseguró conocer sus botas azules talla cuarenta. Para los habitantes de Arauca no era extraño que doña Carmen, entre sus achaques de veterana, reconociera ese cadáver como su hijo. En realidad, hacía cuarenta años que no sabía de él, que decidió argumentar su ausencia con su muerte. Todo cadáver que aparecía en el rio lo adoptada, sin embargo este fue el único que logró darle nombre y enterrar en su patio.  En ese mismo año tocó a su puerta un forastero que afirmó ser su hijo. Doña Carmen analizó minuciosamente su rostro y le respondió que estaba equivocado de madre. Le manifestó que tenía tres hijos: dos casados y uno el patio. El militar se sintió indignado. Sin perder la compostura, entró rápidamente al patio esperando encontrar al suplente, pero se sorprendió al hallar una tumba con su nombre, unas flores y las botas que le había rodabo un compañero del Ejercito. Al ver a su madre contemplar la tumba con resignación, comprendió que allí estaba su verdadero hijo.



El destino de Leidy.



Leidy se había ido de su casa hacía más de un año. Había llegado a una ciudad que le dicen Milagro, al parecer, porque sobrevivió a una catástrofe mundial. Alquiló un cuarto y una cama; una mesa y una máquina de escribir, y con el tiempo una pequeña estufa eléctrica. Su cuarto quedaba cerca de su Universidad, así que nunca apreció el aroma a café que tiene los autobuses. Leidy siempre cargaba la soledad y el descontento que llevan los forasteros, aunque había sido su decisión vivir en una ciudad para adelantar sus estudios, no podía dejar de extrañar al hombre que había dejado en un lejano pueblo. Como de costumbre lo llamaba en su horario de trabajo para asegurarle un te quiero. A medida que pasaba el tiempo las actividades de su carrera la absorbían por completo, impidiendo regalarle una llamada. Un día le fue posible huir de sus ocupaciones y cómo quién escapa de un destino frívolo tomó un  bus para verle. Al llegar a casa estaba su padre esperándola en su mecedora. Leidy lo abrazo y se sentó en sus piernas. Al cabo de media hora se quedó dormida de la felicidad.

1 comentario:

  1. Hola leidy. Me agradan tus historias, tienen una candidez especial. Yo soy de los que piensa que algunos jóvenes escribimos para definir nuestra identidad y que cada historia que escribimos son como las piezas de un rompecabezas, juntas nos dicen quiénes somos. Esta bueno tu ejercicio de autorreconocimiento y descubrimiento. Abrazos...

    ResponderEliminar